Loreto Aramendi

El gran órgano Aristide Cavaillé-Coll (1863) de la Basílica de Santa María del Coro de San Sebastián

Aristide Cavaillé-Coll (Montpellier 4 de febrero de 1811, Paris 13 de Octubre de 1899) construyó este instrumento (1863, de 44 registros) entre los de la Basílica de Sainte-Clotilde (1859, 46 registros) la Iglesia de Saint-Sulpice (1862, 100 registros) y el de la Catedral de Notre Dame (1868, 86 registros) todos ellos en París.
Se trata de un periodo clave, tanto en lo que se refiere a la actividad de su taller como al desarrollo de la escuela organística francesa, en el que coinciden la renovación de la factura del instrumento y la de su interpretación y literatura de composición. La obra de su contemporáneo César Franck (1822-189), cumbre del órgano romántico francés y organista titular de un gran Cavaillé-Coll, el de Sainte-Clotilde, desde su inauguración hasta su muerte, se considera indisociable, en sus composiciones y en sus improvisaciones y conciertos, de las novedosas características técnicas de los órganos Cavaillé-Coll,
Cada inauguración de un nuevo gran órgano Cavaillé-Coll en Paris (Sainte-Clotilde, Saint-Sulpice, Notre-Dame, ya citados, y posteriormente los de la Sainte-Trinité (1868) y el del Palacio del Trocadéro (1878) suponía un acontecimiento social, motivo de fiesta y de grandes conciertos inaugurales, en presencia de autoridades y del todo París con la participación de los mejores organistas franceses del momento, César Franck, por supuesto, pero también Camille Saint-Saëns, Charles-Marie Widor y muchos otros, en los que se estrenaban composiciones escritas muchas veces ad-hoc para el órgano a inaugurar.
La influencia de los órganos Cavaillé-Coll se extenderá más allá de los organistas de su generación, no olvidemos que Charles Tournemire (1870-1939) no sólo se consideraba discípulo de Franck sino que heredó el empleo de organista de Sainte-Clotilde en 1898 y se mantuvo fiel al mismo, como Franck, hasta su muerte. No es exagerado afirmar, tanto para Franck como para Tournemire, que su Cavaillé-Coll fue el trampolín que les permitió desarrollar su carrera y adquirir la fama que gozaron entre sus contemporáneos y en la actualidad.

Nacido entre fabricantes de órganos, tradición iniciada por Joseph Cavaillé un tío de su abuelo Jean-Pierre Cavaillé (1743-1808), continuada por este y por su padre Dominique Cavaillé-Coll (1771-1862) su familia lleva una vida itinerante entre Francia y España –Jean Pierre se casa en Barcelona con una catalana, María Francisca Coll, que pasará su apellido a la familia- al hilo de los acontecimientos políticos, entre guerras y revoluciones, de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, hasta establecerse primero en Toulouse y más tarde en París donde Aristide se pondrá al frente de un taller familiar, la casa Cavaillé-Coll, en el que trabajará junto con su padre Dominique y su hermano Vincent.
La producción de la casa Cavaillé-Coll a lo largo de sus años de actividad es ingente – se estima que llegó a fabricar cerca de 700 órganos desde 1838 hasta 1898- e incluye instrumentos idénticos, por lo general de modestas dimensiones, fabricados en serie. No ocurre lo mismo con los órganos de mayor dimensión y más importantes, en los que los problemas de instalación, de volumen, potencia, registros, las exigencias arquitecturales y las expectativas del cliente son considerables y suponen auténticos retos para el fabricante, que puede tardar años entre el diseño, la construcción y la instalación del órgano.
Se habla mucho de las innovaciones técnicas introducidas por Aristide Cavaillé-Coll, entre ellos el sistema de fuelles con presiones diferenciales, la máquina Barker y sus derivados y la riqueza y variedad de los registros armónicos. No obstante, más allá de las características técnicas, destaca el esfuerzo constante de Aristide en la búsqueda de la expresividad, del equilibrio de los planos sonoros que convergen en crescendo en incomparables tutti, y de la diversidad de los timbres y sus sonoridades, similares en fuerza y calidad a los de los instrumentos de una orquesta, hasta el punto de que sus órganos llegaron a calificarse de sinfónicos.
El de la Basílica Santa María del Coro de San Sebastián forma parte de los grandes órganos fabricados por la Casa Cavaillé-Coll, no sólo por su tamaño, sino por el cuidado de su instalación -a cargo de Vincent, el hermano de Aristide- y su diseño, muy respetuoso con la arquitectura de la basílica y la tradición del órgano barroco español – guardando incluso la nomenclatura y mensura tradicional de sus registros- tal vez en eco del pasado español de la familia, y la calidad de sus prestaciones. Los trabajos para su construcción e instalación tardaron dos años y medio.
Consta de 44 registros, en tres teclados manuales de 54 notas y pedal de 27, con 2.366 tubos cuyas dimensiones son comparables a los instrumentos de las más grandes catedrales. Es un órgano con una acústica completa, de gran plenitud y potencia, que hace sonar del grave a los agudos todas las frecuencias audibles por un ser humano, produciendo un sonido dulce y bello. Difícil de tocar, se dice que el organista debe unirse verdadera y físicamente a una interminable mecánica que activa el sonido hasta lo más alto de la caja.

Inaugurado por el organista José Antonio Santesteban, que al igual que Franck y Tournemire fue confidente de su pareja organística hasta su muerte en 1906, el órgano de Santa María del Coro de San Sebastián ha sido objeto de la admiración de melómanos, feligreses, organistas y musicólogos, como el Padre Nemesio Otaño (1880-1956) que en 1928 lo consideraba “el primero de toda España por sus cualidades fónicas”. Hoy en día es reconocido internacionalmente como uno de los Cavaillé-Coll mejor conservados del mundo en el sentido de que, contrariamente a otros, ha sufrido escasos cambios desde su inauguración, por lo que se le considera como un referente para interpretar la música romántica para órgano, en particular la de César Franck.

Texto: Xabier Urzante